CRÍTICA: ‘El Rey’, ácida y atrevida historia de la política moderna

 

Por Scarlett Laliberte

 

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‘El Rey’ se gesta en sí dentro de un marco controvertido; La Sala Triángulo, el Teatro del Barrio y Alberto San Juan con Willy Toledo sobre el escenario.

 

Podría esperarse del contexto algo provocador y mediocre, si nos ceñimos al envoltorio de lo escandaloso, pero teniendo en cuenta que estamos ante un equipo de artistas de gama alta nos topamos con una pieza profundamente inteligente y nada sencilla de ejecutar.
 
Como personaje principal Luis Bermejo (El Rey) ofrece una interpretación impecable sin  caer en la tradicional imitación de Juan Carlos I manida y vista por todos, dotando aún así a su personaje de una sátira fundamental para quitarle peso a un tema tan serio como el que trata, jugando a la mofa cuando toca y a al drama cuando es oportuno.
 
Por otro lado tendría que acudir un par de veces más a disfrutar del espectáculo para contar el número total de personajes que llevan a sus espaldas Alberto San Juan y Willy Toledo, que con un discreto atuendo en tonos oscuros se mimetizan con multitud de empresarios, políticos o figuras de la realeza a lo largo de la obra únicamente apoyados de su talento y su capacidad de imitación.
 
La labor no es nada sencilla, no existen tiempos muertos para las elipsis ni cambios de vestuario, no hay mayor atrezzo que una silla y un par de focos y los intérpretes únicamente se valen de sus propios recursos y una memoria prodigiosa que levanta 2 horas de espectáculo al desnudo, sin trucos.
 
A lo largo de ese tiempo se nos presenta un viaje por la vida de El Rey y todos los que en ella participaron, el recurso fundamental es un gran trabajo de documentación ya que se citan situaciones, textos, anécdotas y personas reales presentes en la historia, atando los cabos para crear las partes desconocidas para el gran público de una forma realmente verosímil.
 
Ante estas condiciones se realiza un trabajo mimado y bien hilado, fácil de detectar en mi caso: por cuestión de edad me resulta difícil recordar anécdotas de la historia que no viví y no mantengo en mi retina de una forma tan fresca como otras generaciones, pese a ello no perdí el hilo en ningún momento, no me desvinculé de la historia e incluso me resultó un ejercicio de aprendizaje en algunas escenas. Todo lo contrario al supino aburrimiento que me hubiera supuesto un trabajo mal realizado y poco entretenido.
 
Estamos ante una pieza valiente por su falta de pelos en la lengua y sin cesiones a la hora de citar con nombres y apellidos, sin esconder el mensaje. Y estamos también ante una obra con cierta dosis de realidad en cuanto tenemos que tachar de valiente una sátira en pleno 2016.
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