TEATRO: Salir a conversar, un acto de resistencia ‘A la fresca’
En tiempos donde todo tiene que servir para algo, donde hasta el descanso se mide en productividad (“medita 10 minutos al día para rendir mejor en el trabajo”), A la fresca aparece como una anomalía, una obra que reivindica lo más simple y lo más radical: parar. Hablar sin prisa. Escuchar.
Pablo Rosal no necesita artificios para construir una historia que, en esencia, es un recordatorio de que antes nos sentábamos a la puerta de casa a charlar con quien pasaba. Y ahí, en esa costumbre tan básica, se generaba comunidad. La obra transcurre en una casa de campo que ha dejado de pertenecer a quien la amaba: Eusebio, un escritor que vuelve después de veinte años, solo para descubrir que su refugio ha sido devorado por alquileres turísticos y decisiones familiares que lo excluyen. En ese limbo, se encuentra con Matilde, una cocinera con los pies en la tierra, y Manolo, un albañil que entiende mejor que nadie qué significa construir y habitar un espacio.
Pero A la fresca no trata de casas, sino de espacios. Espacios en el tiempo, espacios en la conversación, espacios que nos permiten existir sin la presión de estar siempre haciendo. Rosal escribe una obra que no se preocupa por el qué pasará, sino por lo que ocurre en ese instante en que tres personas, sin más propósito que compartir el aire de la noche, se encuentran.
El texto fluye como un diálogo real, pero está construido con una precisión quirúrgica. Cada frase parece dicha al azar, pero en realidad abre grietas por donde se cuelan las grandes preguntas: ¿a quién pertenece un lugar? ¿Cómo nos definimos cuando el pasado ya no nos reconoce? ¿Es posible encontrar refugio en la palabra? Sin estridencias, sin dramatismos innecesarios, la obra nos enfrenta a estas cuestiones con la naturalidad con la que se habla del tiempo mientras se mueve la silla un poco más hacia la sombra.
Luis Rallo, Israel Frías y Alberto Berzal encarnan personajes que podrían ser cualquier vecino con el que alguna vez nos cruzamos. No interpretan, habitan el escenario. Su presencia, lejos de exageraciones teatrales, es cercana y cálida. La puesta en escena de Javier Ruiz de Alegría refuerza esa sensación de intimidad, con una iluminación y un diseño que crean la ilusión de estar ahí, en una noche cualquiera, a la puerta de una casa que podría ser la nuestra.
¿Cuándo fue la última vez que hablaste con alguien sin mirar el reloj? Esa es la pregunta que deja A la fresca. No con nostalgia, sino con una invitación clara: aún estamos a tiempo de recuperar ese hábito perdido. La obra no se esfuerza en dar respuestas. Solo nos recuerda que, si queremos encontrarlas, quizá la mejor manera sea salir a la calle, sentarnos un rato y simplemente empezar a hablar.
A la fresca se encuentra en la Nave 10 de Matadero Madrid hasta el 23 de febrero de 2025.