TEATRO: ‘FitzRoy’ el teatro también escala

La montaña siempre ha sido metáfora. De lo imposible, de lo sublime, del miedo. En FitzRoy, la nueva obra de Jordi Galcerán dirigida por Sergi Belbel, esa montaña se vuelve además espacio simbólico de resistencia, de tensión vital y, sobre todo, de frontera: entre lo que se puede y lo que ya no. Lo que se elige y lo que se abandona.

Estrenada en el Teatro Maravillas Meléndez, esta comedia de alto riesgo —como la han llamado— se instala, sin embargo, en un lugar mucho más serio que la risa. Aunque se permite momentos de humor, lo que verdaderamente logra es una tensión persistente, seca, helada, como la misma roca de la Patagonia en la que estas cuatro mujeres han quedado varadas.

Una tormenta imprevista las obliga a detener el ascenso al Fitz Roy, una de las cumbres más exigentes del planeta. Pero el verdadero conflicto no es meteorológico. La montaña se convierte en espacio íntimo donde lo no dicho sale a la superficie, donde el cuerpo se vuelve frágil y la mente comienza a ceder. El teatro, en esa quietud forzada, se vuelve confesión.

Sergi Belbel dirige con una mirada atenta al ritmo interno de las escenas. No impone, escucha. Da lugar a los silencios, a las respiraciones entre líneas, a la geografía emocional del texto. Su puesta no tiene alardes innecesarios: es precisa, rigurosa, contenida. Un montaje donde lo importante no se subraya, simplemente ocurre.

El texto de Galcerán —más sobrio que en sus obras anteriores, más reposado incluso— plantea sin didactismos cuestiones clave: ¿Hasta dónde se sostiene la sororidad cuando la vida está en juego? ¿Cuánto de nosotras hay en los sueños que perseguimos? ¿Qué se pierde al llegar a la cima? Preguntas difíciles, planteadas sin moralina y sin concesiones.

En escena, Amparo Larrañaga, Ruth Díaz, Cecilia Solaguren y Anna Carreño construyen un cuerpo colectivo donde cada matiz suma. Larrañaga aporta ese aplomo que se gana con años de oficio, en una figura de autoridad que no se impone por fuerza sino por respeto. Ruth Díaz imprime nervio, electricidad emocional; es quien articula el conflicto y lo empuja hacia el filo. Cecilia Solaguren sostiene desde la ironía y la lucidez, y Carreño aporta vulnerabilidad y rebeldía, ese ímpetu de quien aún no ha sido quebrada por la vida. Juntas, componen una coreografía emocional que se mueve con exactitud dentro del peligro.

La quinta protagonista, sin duda, es la escenografía. Josep Iglesias y Max Glaenzel logran un espacio suspendido, casi real, que impone su presencia física sobre el relato. Esa plataforma colgante no sólo condiciona los cuerpos: marca el tono, construye el mundo. El diseño de iluminación de Kiko Planas refuerza esa atmósfera cambiante, donde la amenaza no siempre viene de afuera. Y el diseño sonoro de Jordi Bonet acompaña sin invadir, con un paisaje acústico que va de lo natural a lo emocional con sutileza.

La voz en off de Jordi Boixaderas irrumpe como una presencia lejana pero omnisciente, como un dios técnico que enumera datos al tiempo que encierra una melancolía inevitable.

El equipo detrás del escenario es fundamental para que esta maquinaria se sostenga con la precisión que exige. La ayudante de dirección, Cristina Clemente, garantiza la fluidez de un montaje que requiere tensión constante. La producción ejecutiva de Carlos Larrañaga y la ayudante de producción Beatriz Díaz articulan la estructura que hace posible la función. La dirección técnica de David González y la maquinaria operada por Daniel Navarro permiten que la escenografía se mueva, respire, viva. El vestuario y caracterización, diseñados por Ángel Plana Larrañaga, logran una imagen realista que no subestima lo simbólico. Todo está contenido, pero nada es accesorio.

La fotografía de escena de David Ruano y el vídeo de Nacho Peña capturan lo esencial de una puesta que es física y poética a la vez. El diseño gráfico de Hawork Studio acompaña con un lenguaje visual sobrio. Y la complejidad de la escenografía, construida por Jorba Miró y Mambo Decorados, merece mención especial: es una proeza técnica que se integra sin ostentación.

La producción, a cargo de Verteatro, Bitó y Smedia, cuenta con la colaboración de Trangoworld y Boreal, y el asesoramiento de Javi Franco, Roc 30 Rocódromo y Climbat X – Madrid, que aportan solidez en lo técnico sin perder lo teatral.

FitzRoy no es una obra para buscar respuestas, sino para sostener preguntas. Se ríe poco, se piensa mucho. Y en tiempos donde la velocidad y el espectáculo parecen ser la medida de las cosas, agradecer una pieza que pide silencio, pausa y vértigo interior no es menor.

Una cumbre rara vez es sólo geográfica. A veces, como aquí, es una pregunta abierta en mitad del hielo.