LIBROS: ‘Solas en el silencio’ Una novela que nos habla bajito, pero duele fuerte

La narrativa literaria encuentra de vez en cuando una voz nueva que no solo sabe contar una historia, sino que se atreve a desgarrar con ella. Silvia Intxaurrondo, reconocida periodista española y ahora novelista debutante, entra en el panorama literario con un pie firme y una prosa que no necesita adornos para hacerse escuchar. Solas en el silencio, publicada por HarperCollins, es una novela que arde en la palma de la mano y deja cenizas en el pecho.

Ambientada en un pueblo del norte llamado Sopuerta, la historia se instala en esa España profunda donde lo no dicho pesa más que lo pronunciado. La autora no disfraza los temas: los expone con una crudeza contenida y al mismo tiempo poética. Estamos ante una narrativa que respira ternura mientras exhibe cicatrices. El silencio, más que un elemento del entorno, es el gran antagonista de esta obra. Un silencio denso, pactado, heredado, cómplice. Y ahí, bajo ese techo de callar, se mueven mujeres rotas, pero no vencidas.

La novela se teje con personajes intensamente humanos. Sole, madre solitaria y amortajadora —profesión maldita en su comunidad—, es uno de los vértices más dolorosos de la trama. Joxean, su hijo de mente infantil, actúa como un espejo puro en el que el pueblo se ve reflejado con horror. Y luego están Basilia, Consuelo, Miren, Angelita… Mujeres que no han elegido su destino, pero que lo confrontan. La autora no pide que las comprendamos: exige que las escuchemos.

Intxaurrondo ha hecho lo que muchas escritoras con sensibilidad periodística saben hacer bien: extraer lo estructural de lo íntimo. Aquí no hay heroínas al uso, ni giros que pretendan entretener. Solas en el silencio no entretiene, remueve. Es una historia sobre la impunidad disfrazada de costumbre, sobre la violencia legitimada por la rutina y la omisión, sobre las mujeres que han sido educadas para aguantar y el dolor que se hereda como el apellido.

Uno de los mayores aciertos de la novela es su tono. Con una prosa medida, sin pretensiones barrocas pero con imágenes de un lirismo áspero, Intxaurrondo construye un paisaje emocional cargado de tensión. La lluvia y el frío del norte no son sólo meteorología; son atmósfera, son metáfora, son destino. En este sentido, el entorno rural se convierte en un personaje más, igual de opresivo que cualquier villano.

La mirada de la autora no se limita a denunciar —aunque lo hace con claridad—, sino que también ofrece la semilla de la esperanza. Hay una voluntad genuina en buscar justicia emocional para sus protagonistas. No necesariamente una justicia institucional o catártica, sino algo más profundo: el reconocimiento del daño, el derecho a contar su historia, el fin del silencio como condena.

Este debut literario se enmarca en una tradición de narrativa social y femenina que recuerda a autoras como Almudena Grandes o Cristina Fallarás, pero con voz propia. Se nota que Silvia Intxaurrondo ha mamado muchas realidades incómodas desde la trinchera periodística, y que ahora las vuelca en la ficción sin edulcorar nada.

¿Es un libro fácil de leer? No. ¿Es un libro necesario? Absolutamente.

En los tiempos donde lo viral se impone a lo esencial, esta novela se convierte en una invitación a volver la mirada a lo que realmente importa: las historias que duelen porque son verdad, aunque estén escritas en tinta.

Solas en el silencio no se grita. Se susurra. Pero una vez entra, se queda.