LIBROS: “Dirty Diana” o el arte de encender la mecha del deseo propio
En un panorama editorial donde las historias sobre redescubrimiento personal tienden a quedar ahogadas entre clichés y moralinas edulcoradas, Dirty Diana, la primera novela de Shana Feste y Jen Besser, irrumpe con la fuerza de una confesión que no pide permiso. Basada en el exitoso pódcast homónimo protagonizado por Demi Moore, esta obra no se limita a trasladar una historia sonora al papel: la expande, la matiza y la enriquece con una voz narrativa profundamente íntima y honesta.
La protagonista, Diana Wood, no es una heroína en el sentido clásico. Tampoco es un personaje caído en desgracia ni víctima de un cataclismo externo. Su crisis es más sutil y peligrosa: la erosión de lo cotidiano. Tiene un buen trabajo, una hija adorable y un marido amable. Es una mujer “bien”, y ese “bien” —ese cómodo estado de funcionalidad sin pasión— es, precisamente, el enemigo silencioso de su deseo.
Lo extraordinario de Dirty Diana radica en cómo convierte lo aparentemente banal en detonante narrativo. El detonador es mínimo: una vieja caja olvidada, una grabadora cubierta de polvo, una pila de cintas que le devuelven a la mujer que fue. Pero con esa excusa, la novela abre una puerta sin retorno hacia la memoria, la frustración y la sensualidad contenida. No hay escándalo, no hay traición explícita. Hay deseo. Y hay silencio.
Feste y Besser no escriben para provocarnos desde fuera, sino para inquietarnos desde dentro. Su prosa, limpia y sin pretensiones, deja espacio a las emociones como quien deja la cama sin hacer después de una noche revuelta. Diana no se convierte en heroína, se convierte en espejo. ¿Cuántas mujeres han renunciado sin notarlo a su yo más auténtico bajo la promesa de estabilidad? ¿Cuántas han dejado de tocarse —literal y metafóricamente— porque la vida ya no las roza?
Uno de los mayores aciertos del texto es que nunca cae en la caricatura. Oliver, el marido de Diana, no es un villano; es tan víctima del automatismo conyugal como ella. Y sin embargo, la historia jamás justifica la renuncia a una misma por empatía hacia el otro. El motor es la recuperación de la intimidad propia, del erotismo personal, de esa voz interior que a veces se silencia entre mochilas escolares y listas de la compra.
La novela no explora la infidelidad física —aunque la posibilidad flota en el aire— sino una más peligrosa: la fidelidad forzada a una vida que ya no se siente propia. El hecho de que las autoras provengan del mundo audiovisual se hace evidente en la precisión de los diálogos y en las escenas visualmente potentes, como aquel primer encuentro entre Diana y Oliver, narrado con una sensualidad contenida que sirve como eco de lo que fue y de lo que podría volver a ser.
La historia avanza entre cajas que nunca se donan, habitaciones olvidadas de la casa que simbolizan partes de Diana que también quedaron arrinconadas, y una ciudad —Dallas— que opera como fondo cálido, realista, en el que no hay glamour, pero sí verdad.
Dirty Diana es una novela que no ofrece respuestas fáciles ni finales complacientes. Es más bien un mapa para perderse y reencontrarse. Un viaje sin GPS hacia ese lugar esquivo donde habita el deseo femenino, el que no se compra en la farmacia ni se enciende con un masaje. El deseo que nace del reconocimiento propio.
Una lectura necesaria, provocadora y profundamente humana. Ideal para lectoras que buscan relatos honestos sobre la mujer que dejaron de ser… y la que podrían volver a ser.