LIBROS: Una exploración íntima del abandono materno y la reconstrucción de la identidad
Un viaje a la memoria, al abandono y a la libertad femenina que todavía incomoda
Cuando una madre se va, no solo deja una casa vacía: deja preguntas sin respuesta, silencios que se convierten en idioma y una herida que, con los años, cambia de forma, pero no desaparece. En Mi vida robada, Carla Guelfenbein —una de las narradoras más sensibles y lúcidas de la literatura latinoamericana contemporánea— toma ese abandono y lo transforma en una novela íntima, sobria y punzante, donde maternidad, arte y deseo personal se enfrentan sin estridencias, pero con una carga emocional ineludible.
Lola, la protagonista, vive marcada por la ausencia de su madre, quien la dejó a los ocho años para perseguir una carrera como actriz en Nueva York. Años después, una llamada inesperada le comunica que esa madre ha desaparecido. Es entonces cuando Lola se embarca en un viaje que no es solo físico, sino profundamente simbólico: la búsqueda de una mujer a la que apenas conoce se convierte en el intento de descifrar el mapa de su propia identidad.
Guelfenbein estructura la narración a partir de diecinueve fotografías que actúan como ventanas emocionales: no ilustran la historia, la expanden. Nueva York no se presenta como postal ni como decorado, sino como una ciudad que respira en paralelo al estado interno de Lola: fría, ambigua, a ratos hostil, a ratos luminosa. La autora crea una atmósfera contenida, en la que cada escena está medida, cada emoción se insinúa más que se explica.
Pero la verdadera potencia de esta novela no reside en la trama —relativamente sencilla—, sino en su mirada. Mi vida robada cuestiona de forma implícita los relatos tradicionales de la maternidad, y lo hace sin caer en el panfleto ni en la victimización. La figura de la madre abandonadora, tan estigmatizada en la cultura occidental, aparece aquí despojada de juicio. Guelfenbein no justifica, tampoco condena: observa. Y esa observación, esa pausa para mirar a quienes eligen salirse del camino trazado, es quizás uno de los gestos más valientes de esta novela.
El lenguaje, como es habitual en la autora, se despliega con precisión. No hay adornos innecesarios ni exhibición de estilo: hay oficio. Una escritura que no necesita alzar la voz para decir algo importante. Entre líneas, lo que Mi vida robada ofrece es una reflexión madura sobre la posibilidad de perdonar sin olvidar, de reconstruirse sin certezas, y de amar incluso a quien no supo cómo quedarse.
A diferencia de novelas anteriores como La naturaleza del deseo o Contigo en la distancia, donde la intensidad emocional fluye con mayor dramatismo, esta nueva obra apuesta por la contención, la sugerencia y los espacios en blanco. El resultado es una novela breve pero duradera, de esas que no terminan cuando se cierran, sino que continúan hablando en voz baja durante días.
En tiempos donde aún se cuestiona a las mujeres que priorizan su vocación por sobre la familia, esta novela llega para poner el foco no en el escándalo, sino en la humanidad. Y lo hace con la delicadeza de quien conoce el dolor, pero no se deja dominar por él.