LIBROS: «El asesinato de Aristóteles»: cuando la Historia late como una herida viva

 

He cerrado las últimas páginas de El asesinato de Aristóteles con las pupilas encendidas de emoción y un silencio reverencial en el alma, como quien ha regresado de un viaje largo por una tierra en la que todo era más intenso: la belleza, el dolor, la ambición, el pensamiento.

Marcos Chicot no escribe novelas históricas, las resucita. Con un pulso narrativo que seduce desde la primera línea, convierte el mármol de las estatuas clásicas en carne y sangre. Y en esta entrega —quizá la más vibrante de su serie sobre los grandes pensadores de la antigüedad— nos arrastra al corazón convulso de una Atenas al borde del abismo, donde Aristóteles no es un busto frío en un museo, sino un hombre con dudas, temores, familia y enemigos poderosos.

En manos de otro autor, Alejandro Magno podría haber sido un dios sin fisuras. Pero aquí, es un joven fascinante y contradictorio, hijo de una ambición que roza la tragedia. Su vínculo con Aristóteles es el eje invisible que tensa los destinos de toda una ciudad.

La novela, sin embargo, no se sostiene únicamente sobre nombres ilustres. Lo que la vuelve inolvidable es la profundidad de sus personajes de ficción: Prometeo, un atleta herido por la vida, y Penélope, una mujer espartana de voluntad indomable, portan la épica en sus cicatrices. Con ellos sufrimos, amamos, luchamos por la libertad. Son tan reales como cualquier rostro que nos mira en el metro.

Pero lo que hace de esta obra un hito literario es su capacidad para hablar del presente desde las ruinas del pasado. Porque El asesinato de Aristóteles no sólo nos habla del ocaso de una era dorada, sino también de la fragilidad de la democracia, de los peligros del poder desmedido y de la necesidad urgente del pensamiento. Es una obra donde las intrigas palaciegas, los discursos políticos y las preguntas filosóficas se entretejen con la precisión de un reloj de sol.

Y todo ello escrito con una prosa clara, elegante, que no compite con la historia, sino que la deja brillar. Chicot no alardea: se entrega. Y se nota. Se nota en el rigor, en la documentación impecable, en los detalles que nos hacen oler el incienso de los templos y sentir el polvo de las calles atenienses bajo las sandalias.

Leer esta novela es asomarse al alma de una civilización y encontrar, reflejadas, nuestras propias pasiones humanas. Es recordar que, como decía el propio Aristóteles, “el alma nunca piensa sin una imagen”. Y aquí, cada página está hecha de imágenes que se graban en la retina del corazón.

El asesinato de Aristóteles no es sólo una gran novela histórica. Es un acto de amor a la sabiduría, un canto valiente a la libertad y un testimonio de que la literatura —cuando es verdadera— puede resucitar lo que parecía perdido para siempre.