CINE: “The Last Showgirl” Las mujeres que no se apagan
“The Last Showgirl” no es sólo un homenaje a una era dorada del espectáculo en Las Vegas. Es una declaración feroz, sutil y poética sobre la visibilidad femenina, el envejecimiento, la maternidad y el derecho de las mujeres a seguir brillando después de los 30, 40 y más allá.
Gia Coppola, con una sensibilidad profundamente generacional y un ojo clínico para lo marginal dentro de lo glamuroso, dirige esta joya feminista que ha devuelto a Pamela Anderson a la gran pantalla. Pero no como el ícono sexual que la cultura popular fijó en los 90, sino como una actriz poderosa, compleja y absolutamente conmovedora. Su interpretación de Shelly Gardner —una corista de cincuenta y pico años enfrentada al final abrupto de su espectáculo tras tres décadas de entrega— es el corazón roto, resiliente y luminoso de esta película.
Una historia que desafía el olvido
La historia parte de un final: el cierre de Le Razzle Dazzle, el último gran espectáculo de coristas en un Las Vegas que ya no tiene lugar para las plumas y la pedrería, sino para circos digitales y sensualidad manufacturada. Shelly, interpretada con una honestidad brutal por Anderson, debe replantearse no solo su carrera, sino su identidad. ¿Qué queda cuando el escenario desaparece y la sociedad te ha convencido de que tu valor se mide en juventud?
Lo que sigue no es una caída, sino una exploración íntima de lo que significa ser mujer en una cultura que sigue desechando lo femenino cuando ya no es “útil”. Coppola, junto a la guionista Kate Gersten, construye un relato multigeneracional donde mujeres de diferentes edades —brillantemente interpretadas por Jamie Lee Curtis, Kiernan Shipka, Brenda Song y Billie Lourd— enfrentan esa misma pregunta con diferentes respuestas, heridas y esperanzas.
Feminismo en escena (y tras bambalinas)
“The Last Showgirl” se inscribe dentro de un nuevo feminismo cinematográfico que no busca gritar desde la rabia, sino contar desde la experiencia. La sororidad, el trabajo no reconocido y el peso de las decisiones difíciles —como priorizar una carrera en un mundo que no perdona a las madres— se entrelazan en una narrativa que nunca cae en el panfleto, pero sí golpea donde debe.
Curtis, como Annette, la ex-showgirl convertida en camarera y eterna superviviente, resume toda una tesis de vida en sus gestos. En apenas cuatro días de rodaje, la actriz ofrece una clase magistral de empatía, adicción y resistencia. Ella representa a todas esas mujeres que no bajan el telón porque no quieren —o no pueden— dejar de pelear.
Cada personaje femenino es un espejo de un estadio distinto del ser mujer. Jodie (Shipka), con su ingenuidad aún intacta, descubre cómo el patriarcado te erotiza antes de que entiendas qué es la sensualidad. Mary-Anne (Song) es la trabajadora desilusionada, la que ha enterrado sus sueños bajo la rutina. Hannah (Lourd) representa a las hijas que heredan el silencio de madres ausentes por necesidad, no por desamor.
Pamela Anderson: el renacer de una mujer
Pamela Anderson no actúa. Se confiesa. Su Shelly es frágil y fuerte, irónica y lírica. No busca gustar, sino que la entiendan. La vemos vulnerable, sin maquillaje emocional, asumiendo una historia de vida que se parece demasiado a la suya. The Last Showgirl es, en cierto sentido, también su propia redención. Un acto de valentía actoral donde la mujer, no el mito, reclama el derecho a narrarse.
Una estética de la dignidad
Visualmente, la película encuentra belleza en lo decadente y dignidad en los brillos marchitos. Filmada en 16 mm, con colores apagados que contrastan con el imaginario clásico de Las Vegas, Coppola retrata no la ciudad de los sueños, sino la de los que han vivido sus consecuencias. La banda sonora, con un tema original interpretado por Miley Cyrus —esa otra mujer que la industria subestimó por su juventud— funciona como eco emocional de estas vidas hechas de escarcha y piel.
Un grito suave pero feroz
“The Last Showgirl” no es una elegía, es una celebración. Una película que desafía los prejuicios sobre la edad, el cuerpo, el deseo y el rol de las mujeres en el arte y en la vida. Una obra feminista no porque lo diga, sino porque lo demuestra: escuchando, visibilizando y respetando la voz y la historia de cada mujer que se negó a apagarse cuando todos apagaban las luces.
Si alguna vez pensaste que ya no había espacio para ti en el escenario, The Last Showgirl viene a recordarte que siempre lo hubo. Solo que el escenario ahora es nuestro.