RESTAURANTE: El kebab con alma de bistró que está reescribiendo la calle

Madrid tiene un nuevo restaurante que no se parece a nada que hayas probado antes. Se llama Brodis, acaba de aterrizar en la calle Manuela Malasaña, 3, y no viene a servirte un kebab más: viene a redefinir por completo el concepto. Lo hace con cocina elaborada, estética urbana, un maridaje de vinos frikis que sorprenden y una carta que convierte lo popular en alta costura gastronómica.

Detrás está el Grupo Le Cocó, responsables de otros hits como La Cerda o La Morenilla. Con Brodis, la apuesta es clara: llevar el kebab a una nueva dimensión, sin perder su esencia callejera, pero transformándolo en una experiencia culinaria completa. ¿Cómo? Sustituyendo el clásico dürum por platos bien pensados, cocciones cuidadas y combinaciones con personalidad. Y sí, también con sobremesa.

El aperitivo que cambia el juego

Brodis empieza fuerte. En nuestra visita, abrimos boca con sus célebres Bravas Brodis, servidas en dos versiones que pudimos probar: una con patata criolla, perfecta para los amantes del crujiente suave por fuera y meloso por dentro, y otra con gnocchi frito, una idea tan original como adictiva. Ambas llegan bañadas en dos salsas: una blanca, cremosa y ligeramente ácida, y una roja con carácter, picante pero equilibrada. No pudimos elegir una sola versión. Solo por esto, ya merece la visita.

Seguimos con las empanadillas de carne de kebab, un bocado que sorprende desde el primer corte. Jugosas, bien sazonadas, con un relleno especiado y masa fina, nos recordaron a una fusión entre las tradicionales argentinas y el sabor callejero más honesto. Las croquetas de pollo asado con salsa London curry no se quedan atrás: crujientes por fuera, cremosas por dentro, y con una salsa intensa que añade un twist británico muy bien resuelto.

Otro acierto fue el bikini de naan con pastrami y scamorza ahumada. Se presenta como un sándwich minimalista, pero en boca es una explosión. El ahumado de la scamorza, el punto graso del pastrami y la base de naan ligeramente tostado hacen una combinación que no esperas encontrar en un sitio que se hace llamar “kebab”.

Y, para equilibrar, el hummus de calabaza y mango: untuoso, aromático, con un pesto de cilantro que aporta frescura y unos garbanzos crujientes que redondean la textura. Un entrante pensado para compartir, aunque no prometemos que quieras hacerlo.

El corazón del menú: reinventando la carne (y el concepto)

Si algo deja claro Brodis es que aquí la carne se toma en serio. Nada de envoltorios grasientos ni carnes genéricas. Aquí hay brasas, hay técnica y hay producto. El naan de ternera kebab fue uno de nuestros platos favoritos. La carne llega melosa, con ese toque especiado que recuerda a Oriente Medio, acompañada de champiñón portobello, encurtidos, arroz aromático y una emulsión de frijoles que aporta profundidad y redondez.

El bowl de pollo karaage también merece mención especial. El pollo, frito al estilo japonés, es crujiente sin perder jugosidad, y viene acompañado de quinoa, maíz tostado, aliño de mandarina-gochujang y salsa hoisin-zucca. Una combinación de dulzor, acidez y umami que hace que cada bocado sea distinto.

Vino friki, cerveza con alma y postres de altura

Brodis no se limita a la comida. Su carta líquida es parte esencial del concepto. Pocas veces hemos encontrado una selección de vinos tan peculiar como acertada. Aquí los llaman “frikis” y no es postureo: son vinos con alma, de bodegas pequeñas, con carácter, pensados para sorprender y maridar con platos llenos de sabor y especias.

Nos dejamos guiar y fue un acierto total: cada copa tenía una historia, y todas potenciaban lo que había en el plato. Si no eres de vino, no pasa nada: hay cervezas internacionales singulares y un café de especialidad que demuestra que aquí se cuida todo hasta el último sorbo.

En los postres, Brodis se luce. La tarta de chocolate Brodis no es cualquier tarta: lleva una base crujiente, una mousse de chocolate con toques de Petit Suisse y una capa de frambuesa rosa que aporta frescura. Golosa, pero sofisticada. Y el pastel de elote con guiso de melocotón y cremoso de limón fue, literalmente, el final perfecto: dulce, aromático, suave y con un toque cítrico que limpia el paladar.

Un lugar donde quedarse

Además de comer bien, en Brodis se está bien. El local tiene una estética urbana, moderna y cálida, con una gran pared participativa donde puedes dejar tu firma, un dibujo o una frase. No es decoración vacía: es una forma de construir comunidad. Brodis no solo se come, se vive.

En resumen: no es un kebab, es Brodis

Lo que proponen aquí no es “elevar el kebab”, es transformarlo sin perderle el respeto. En Brodis no se reniega de lo popular, se le da una vuelta. Y lo mejor: se hace sin pretensión, con sabor, con técnica y con mucha autenticidad.

Si buscas un sitio donde comer algo distinto, donde la comida callejera se cruce con la gastronomía y donde cada plato te cuente algo nuevo, Brodis es tu próxima parada. Nosotros ya estamos pensando en volver.