LIBROS: La caligrafía de la intimidad: Juhee Mun y el arte coreano de escribir cartas

 

En una época en la que la comunicación se mide en segundos y los mensajes se desvanecen con un gesto del pulgar, El encantador arte coreano de escribir cartas de Juhee Mun propone una pausa. Publicado por Salamandra, este breve pero sugerente volumen —144 páginas que se leen como un cuaderno de contemplación— rescata el valor de la escritura manual no como nostalgia, sino como una forma de resistencia cultural y afectiva.

Mun, fundadora de la papelería Geulwoll en Seúl, transforma su experiencia cotidiana entre sobres, tintas y papeles en una reflexión sobre cómo escribimos y, sobre todo, por qué escribimos. La autora parte de una premisa sencilla: una carta es un objeto que respira, que contiene el tiempo de quien la traza y el silencio de quien la recibe. Desde ahí, el libro despliega una filosofía de la correspondencia que trasciende lo decorativo y se adentra en lo emocional.

A medio camino entre el ensayo, la crónica y la guía estética, el texto combina observaciones personales con escenas cotidianas que rozan lo poético. Mun escribe con la serenidad de quien ha aprendido a mirar lo pequeño —la textura del papel, la elección del sobre, la inclinación de la letra— como gestos de identidad. Su estilo, de una claridad delicada, recuerda a la escritura japonesa del zuihitsu, donde la contemplación y la intimidad se funden sin pretensión.

Más allá del universo del stationery o de la cultura coreana contemporánea, El encantador arte coreano de escribir cartas invita a pensar la escritura como acto de presencia. Frente al vértigo digital, la carta aparece como una forma de tiempo sostenido, una conversación que se rehúsa a la inmediatez. En ese sentido, el libro se inscribe en una corriente más amplia de autores asiáticos que reivindican la lentitud y el detalle como vías de autoconocimiento.

Con este debut literario, Juhee Mun no solo comparte su oficio de editora y artesana del papel: ofrece una mirada sobre la ternura como gesto civil. El encantador arte coreano de escribir cartas se lee como una defensa de lo tangible, un recordatorio de que escribir a mano —aunque sea una línea— sigue siendo una forma de tocar al otro.