LIBROS: El murmullo invisible de Sōseki
Hay libros que parecen hablarnos desde un lugar suspendido entre el sueño y la vigilia. El eco fantasmal de un koto, breve y fascinante narración de Natsume Sōseki, pertenece a esa categoría de obras que, sin necesidad de grandes alardes, dejan una vibración persistente en quien las lee. Como el sonido de un instrumento que se apaga lentamente, su huella emocional y simbólica continúa resonando mucho después del último párrafo.
Sōseki, considerado el padre de la novela moderna japonesa, fue un autor capaz de tender puentes entre la tradición y la modernidad, entre la sensibilidad oriental y la herencia intelectual occidental. Su obra se sitúa en esa frontera en la que lo racional comienza a resquebrajarse ante la irrupción de lo inexplicable. En El eco fantasmal de un koto, esa tensión adopta una forma íntima y casi doméstica: un narrador, a punto de contraer matrimonio, escucha de una anciana la advertencia de una maldición. Ese gesto, simple y supersticioso, se convierte en el punto de partida de una historia donde lo sobrenatural se entrelaza con la duda, el deseo y la culpa.
Lejos de la grandilocuencia del relato gótico o de la narrativa de horror explícito, Sōseki opta por una atmósfera contenida, donde la sugestión es más poderosa que el espanto. Lo que inquieta no es el fantasma en sí, sino el modo en que las palabras, las creencias y las emociones contaminan la realidad. Hay un eco —justamente— que atraviesa la narración, una reverberación que no pertenece solo al koto del título, sino también a la conciencia del protagonista, atrapado entre el miedo y la razón.
El relato se sostiene en un equilibrio delicado entre el humor y lo ominoso. Sōseki introduce situaciones cotidianas con una ligereza casi cómica, para luego desviarlas hacia el terreno de lo inquietante. Esa oscilación constante recuerda que lo absurdo y lo sobrenatural son, a menudo, dos caras del mismo desconcierto. La gracia de su escritura reside en su capacidad para observar lo más ordinario —una conversación, una superstición, un gesto— y dotarlo de un brillo perturbador.
La traducción de Óscar Tejero respeta ese juego de registros con una precisión admirable. Logra transmitir la musicalidad del japonés original sin perder la naturalidad del castellano, y permite al lector apreciar el tono fluctuante de Sōseki, su ironía tenue y su lirismo contenido. La presentación de Mariana Enriquez, por su parte, enmarca el texto en una lectura contemporánea que subraya la modernidad de Sōseki: un escritor que supo hablar del miedo no solo como presencia sobrenatural, sino como espejo de los propios límites humanos.
Publicada más de un siglo después de su escritura, El eco fantasmal de un koto conserva intacta su capacidad de sugerencia. En su brevedad se concentra toda una poética: la del rumor que no cesa, la del sonido que se apaga pero continúa vibrando en la memoria. Es una obra menor solo en extensión, pues en densidad y sutileza rivaliza con los textos más complejos del autor.
Leerla hoy es reencontrarse con una sensibilidad que rehúye la estridencia y busca el misterio en los pliegues de lo cotidiano. Sōseki no necesita apariciones espectrales ni giros dramáticos para generar inquietud; le basta con una voz, un silencio, una duda. Ese es el verdadero “eco fantasmal” del relato: el temblor que nos recuerda que incluso lo más racional se sostiene sobre una base de incertidumbre.
En tiempos en que el ruido y la velocidad dominan nuestra experiencia lectora, esta pequeña joya invita a detenerse, a escuchar el rumor leve de otro tiempo, a dejar que el eco de un koto —real o imaginario— resuene dentro de nosotros.