CINE: “Black Phone 2”: cuando el horror crece con los recuerdos
El horror tiene memoria. Y en Black Phone 2, esa memoria vuelve a llamar. Cuatro años después de la primera entrega —convertida en fenómeno mundial del cine de terror— el director Scott Derrickson regresa con una secuela que confirma lo que muchos intuían: el teléfono negro no se había silenciado, solo esperaba el momento oportuno para despertar.

Una secuela más sangrienta, más emocional, más madura
Desde su primera escena, Black Phone 2 deja claro que no es un simple “más de lo mismo”. Derrickson y su inseparable coguionista C. Robert Cargill expanden el universo de la historia creada por Joe Hill con una mirada más introspectiva, en la que los traumas del pasado pesan tanto como los espectros que acechan.
El film nos reencuentra con Finn (Mason Thames), ahora un adolescente de 17 años que intenta sobrevivir al recuerdo del secuestro que lo marcó para siempre. Pero el terror no se disipa: su hermana menor Gwen (Madeleine McGraw), de 15 años, comienza a tener sueños inquietantes donde un teléfono negro suena desde la oscuridad y voces de niños muertos piden ayuda. Las visiones la llevan hasta un campamento invernal en las montañas de Colorado, un escenario nuevo, gélido y aislado, donde el pasado volverá a tomar forma.
El regreso del Captor: Ethan Hawke y la anatomía del mal
Cuando Ethan Hawke reaparece en pantalla, el aire se congela. Su Captor ya no es humano, sino un fantasma alimentado por pura ira, una presencia que trasciende la muerte para seguir castigando. Derrickson aprovecha este regreso para convertir al personaje en algo más simbólico: el monstruo que vive dentro de la memoria, el reflejo del trauma que se niega a desaparecer.
Hawke se entrega a un papel que equilibra teatralidad y contención, logrando un villano icónico que evoca a los grandes espectros del género, desde Pennywise hasta Freddy Krueger, pero con un trasfondo emocional más perturbador. Su máscara —ahora fusionada a su piel, helada y quebradiza— es la imagen perfecta del miedo que no se puede desprender del rostro.
Finn y Gwen: crecer entre los fantasmas
Si la primera película exploraba la infancia como territorio de vulnerabilidad, esta secuela convierte la adolescencia en un campo de batalla interior. Finn se refugia en la negación: huye de sus recuerdos, evita hablar de lo ocurrido y se encierra en un silencio espeso. Gwen, en cambio, abraza el don heredado de su madre, acepta las visiones y decide enfrentarse a aquello que su hermano teme.
El vínculo entre ambos —uno de los mayores aciertos del guion— es el corazón de la película. No hay monstruo sin humanidad, y Black Phone 2 entiende que los hermanos son tanto víctimas como testigos del mal. Su relación, marcada por el dolor y la ternura, sostiene la narrativa y le da profundidad emocional a un relato que, de otro modo, sería solo una historia de fantasmas.
Nuevas voces, nuevos ecos
A este universo se suman nuevos rostros que amplían la escala del relato. Demián Bichir interpreta a Mando, el enigmático responsable del campamento Alpine Lake, un personaje que mezcla autoridad y redención; Arianna Rivas brilla como Mustang, su sobrina, una figura rebelde y empática que se convierte en aliada de Gwen; y Miguel Mora regresa en un sorprendente papel que conecta con la herencia emocional del primer film.
El reparto funciona como un coro coral que equilibra el terror con momentos de humanidad, amor juvenil y lealtad. Cada personaje, incluso los secundarios, tiene un arco propio que da textura al conjunto.
Estética del hielo y la memoria
Desde el punto de vista visual, Black Phone 2 es una obra de atmósfera pura. La fotografía de Pär M. Ekberg apuesta por un contraste entre la frialdad del entorno natural y el calor de los recuerdos. Las escenas filmadas en Super 8 y Super 16 crean una textura analógica que evoca los horrores de la memoria más que los del presente.
El resultado es un híbrido entre lo real y lo onírico: planos de nieve infinita, sombras bajo el hielo y sueños teñidos de color violeta que parecen flotar entre el pasado y el infierno. El diseño de producción, a cargo de Patti Podesta, reconstruye los años ochenta sin caer en la nostalgia estética, prefiriendo un realismo áspero, casi documental. Todo en la película respira verdad… incluso lo sobrenatural.
Terror con alma: la huella de Derrickson
Derrickson, que ya demostró su talento en Sinister o El exorcismo de Emily Rose, confirma aquí su madurez como autor. Su interés por los vínculos familiares, la redención y la fe vuelve a aparecer, pero filtrado a través del prisma del horror. En lugar de repetir sustos, se adentra en el dolor que queda después del miedo. El monstruo no está solo en el sótano, sino también en la mente y en los recuerdos.
Black Phone 2 no solo amplía el universo de la original, sino que la trasciende: convierte la historia de una víctima en un viaje hacia la sanación. Y lo hace sin perder la esencia Blumhouse: violencia, tensión, ritmo, pero también emoción genuina.
El eco final
Al final, el teléfono vuelve a sonar. Pero esta vez, quien lo descuelga no es un niño asustado, sino una joven que se niega a heredar el silencio del miedo. En ese gesto —simple, poderoso, simbólico— Black Phone 2 encuentra su sentido. Es una película sobre los fantasmas que nos habitan, y sobre el valor de responderles.
Una secuela más sangrienta, sí. Pero también más sabia.
El terror evoluciona, y Black Phone 2 demuestra que el miedo, cuando se cuenta con verdad, puede ser profundamente humano.