LIBROS: Christian Jacq revive una civilización que nunca ha muerto

Hay libros que se limitan a contarnos lo que fue. Y hay otros que, con la fuerza de la palabra y la precisión del conocimiento, nos devuelven lo que sigue siendo, aunque lo hayamos olvidado. El Egipto faraónico. La edad de oro de las pirámides, publicado por la exquisita editorial Blume, pertenece a esta última categoría: una obra que no se lee, se despierta.

Christian Jacq, reconocido egiptólogo, novelista y verdadero alquimista de la palabra, firma este volumen como quien firma un pacto con la eternidad. Lo hace con una pluma que, más que escribir, traduce símbolos, sonidos y luces que aún vibran entre los despojos del desierto. Nos entrega un recorrido monumental —no solo por la historia, sino por la conciencia de una civilización cuya comprensión del universo sigue desafiando las lógicas modernas.

Este libro no es solo un estudio arqueológico ni una recopilación de datos para iniciados. Es una reconstrucción simbólica de la época de oro del Egipto faraónico: aquella en que las pirámides no eran tumbas, sino matrices del alma. A lo largo de más de 450 páginas generosamente ilustradas, Jacq nos sumerge en un relato donde ciencia, espiritualidad y arquitectura no compiten entre sí, sino que se entrelazan como los hilos de un mismo tejido sagrado.

Porque aquí, el lector no se encuentra con esclavos arrastrando piedras. Lo que encuentra son sabios, astrónomos, alquimistas y arquitectos consagrados a una misión cósmica: edificar en piedra un reflejo del cielo. Cada pirámide, cada templo, cada línea grabada en el relieve tiene una intención que trasciende lo material. La obra demuestra con elegancia cómo los antiguos egipcios jamás separaron lo espiritual de lo cotidiano. Cada gesto tenía un eco eterno. Cada construcción era un acto de magia y de orden.

Un viaje iniciático, no una simple lectura

La estructura del libro está organizada en siete partes que atraviesan las grandes transformaciones de Egipto desde la creación mítica en Heliópolis hasta la primera gran invasión que puso fin a la edad de oro. El lector, sin saberlo, atraviesa un proceso iniciático: no se trata solo de aprender sobre el pasado, sino de ser transformado por él.

Jacq se adentra en los ritos, en los himnos a Re —el dios solar que escupe luz desde el caos— y en los secretos de los Textos de las Pirámides, donde el faraón no muere, sino que asciende. La figura de Osiris, las ciencias sagradas, la alquimia egipcia y la concepción cíclica del tiempo hacen de esta obra algo más que un libro: es una puerta hacia un modo de ver el mundo que nos hemos empeñado en enterrar… y que, sin embargo, permanece vivo en cada bloque de piedra tallada con devoción.

Como toda gran obra, también es un testimonio personal. Christian Jacq descubrió Egipto a los trece años, y desde entonces su vida se bifurcó en dos grandes ríos: la escritura y el Nilo. Estudioso de filosofía y letras clásicas, doctor en Egiptología por la Sorbona, Jacq ha consagrado su existencia a mantener encendida la llama de esa civilización que, como sus construcciones, ha cansado al tiempo. Su obra ha sido traducida a 29 idiomas, y su nombre es ya un clásico vivo de la divulgación y la narrativa histórica.

La edición: un objeto de arte

Publicado por Blume, editorial reconocida por su altísimo estándar gráfico y su apuesta por obras que combinan rigor y belleza, El Egipto faraónico no solo se lee: se contempla. Con más de 450 páginas en gran formato (21×27 cm), encuadernación cartoné y un diseño visual impecable, esta edición es también un objeto digno de coleccionistas, amantes de la historia y lectores exigentes. Un libro que ocupa un lugar en la biblioteca, sí, pero que también reclama un espacio en el alma.

Más allá del tiempo

Esta no es una obra solo para egiptólogos o académicos. Es para toda persona que sospeche que las civilizaciones antiguas tenían algo que enseñarnos sobre lo que significa estar vivos, ser mortales y, a la vez, buscar lo eterno. Porque como reza la primera línea de los Textos de las Pirámides: “El faraón no ha partido muerto, ha partido en vida”.

Y quizás sea eso lo que logran las grandes obras como esta: devolvernos a la vida algo esencial que creíamos perdido.