LIBROS: «Flores de papel», cuando la memoria se convierte en herencia viva

Flores de papel, de Ebbaba Hameida, no es una obra más sobre el exilio ni una crónica impersonal de conflictos lejanos. Es un cántico íntimo, casi sagrado, que se eleva desde la arena del desierto y resuena en la conciencia de quien lo sostiene entre las manos.

A través de tres generaciones de mujeres saharauis —Leila, Naima y Aisha—, la autora borda un tapiz narrativo de una belleza feroz. Cada página late con la fuerza de lo vivido y lo resistido. Leila, la abuela, es la raíz desgarrada por la colonización; Naima, la madre, encarna la dignidad de la lucha y la maternidad como trinchera; Aisha, la nieta, busca su reflejo en el espejo roto de dos mundos, con la identidad como campo de batalla.

Pero lo que verdaderamente hace que Flores de papel estremezca es su honestidad sin concesiones. La autora, que conoce el destierro desde la cuna, no redacta: confiesa, sangra, recuerda. Su prosa es de una sensibilidad desgarradora, donde cada palabra se posa como el polvo del desierto: ligera, pero imposible de ignorar.

En tiempos donde lo urgente silencia lo importante, este libro es una necesidad. Porque da voz —una voz clara, femenina, poderosa— a un pueblo relegado al margen de los mapas. Porque nos obliga a mirar donde habitualmente miramos hacia otro lado. Y porque nos recuerda que la historia no solo se cuenta: también se hereda.

Flores de papel no solo informa; transforma. Uno no sale ileso de sus páginas. Uno sale sabiendo más —de un conflicto, de una cultura, de una forma de resistencia— pero también sintiendo más. Y eso, en estos tiempos anestesiados, es un milagro literario.