LIBROS: Pedro Simón y el derrumbe que aún no cesa

El tiempo en una sala de espera no se mide en minutos, sino en grietas. Hay un reloj que marca la urgencia, pero también hay cuerpos callados que no necesitan decir nada para revelar el naufragio. Pedro Simón convierte ese espacio anodino —la antesala de una entrevista de trabajo— en el epicentro de una sacudida emocional: ahí, donde otros no mirarían, él detiene el foco.

En Peligro de derrumbe, el autor reúne a nueve desconocidos, y los enfrenta no solo a un proceso de selección, sino al balance de sus vidas. Lo que surge no es una novela sobre el desempleo, sino un retrato coral de la dignidad en retirada. Las historias personales emergen como capas de pintura vieja que alguien, con paciencia y furia, rasca hasta llegar al yeso. Una madre que ya no sabe qué más entregar, un joven que confunde el éxito con la velocidad, una arquitecta con todas las credenciales y ninguna puerta abierta, un migrante cuya dignidad se sostiene sobre el silencio.

Simón no utiliza la literatura como evasión, sino como sismógrafo. Su mirada no es complaciente ni neutral: es una escritura que conoce las tripas del país y se atreve a mostrarlas. La precariedad no es aquí un tema: es una atmósfera. El estilo, breve y punzante, recoge lo aprendido en el periodismo narrativo, pero lo transforma en literatura. Hay una economía del lenguaje que no empobrece, sino que condensa. Cada frase está medida con exactitud quirúrgica, como si cargar con una palabra de más fuera ya un lujo imposible.

No hay redención en estas páginas, ni tampoco miseria gratuita. Lo que hay es una escucha profunda de esas biografías que el relato oficial suele esquivar. Lo valioso no es solo lo que se cuenta, sino cómo se cuenta: con respeto, con una ternura áspera, sin adornos, sin paternalismo. Lo que duele no es la tragedia, sino su cotidianeidad.

Esta reedición llega en un momento en el que el discurso social vuelve a teñirse de cifras y eufemismos. Simón se resiste a eso. Él escribe sobre nombres, no sobre números. Su literatura no busca adornar el dolor, sino comprenderlo. Y, al hacerlo, nos enfrenta a una pregunta incómoda: ¿qué hacemos con los que esperan?

Peligro de derrumbe no es solo una novela valiente: es necesaria. Porque mientras sigamos fingiendo que todo va bien, alguien seguirá sentado, sin brújula, esperando una llamada que quizás no llegará nunca.