LIBROS: Una travesía íntima por El mundo según David Hockney

Hay libros que se leen y otros que se contemplan. El mundo según David Hockney, editado con esmero por Blume, pertenece a esa categoría rara y preciosa que no sólo se hojea, sino que se vive como una conversación pausada con un genio. A través de sus páginas no encontramos una autobiografía al uso ni un tratado de estética, sino algo mucho más cercano y, por eso mismo, más revelador: una cartografía emocional del ojo de un artista.

Con el acompañamiento editorial del crítico Martin Gayford —quien ya ha colaborado anteriormente con Hockney en obras de resonancia internacional— este libro es una especie de bitácora fragmentada pero lúcida, donde cada página parece estar escrita con la certeza de quien ha visto demasiado y aún se asombra. En su formato compacto y de cuidada edición, El mundo según David Hockney no necesita grandes dimensiones para irradiar profundidad: sus pensamientos condensados son fogonazos de claridad que iluminan tanto el proceso creativo como la vida cotidiana.

Hockney, quien ha pintado con la misma soltura que ha fotografiado, diseñado escenarios teatrales o explorado con iPads, se deja leer aquí con una voz que es a la vez sabia y traviesa. “El ojo siempre está en movimiento; si no se mueve, estás muerto”, sentencia en uno de sus aforismos más fulminantes. Esa capacidad de observación constante, ese afán por no dejar que la mirada se fosilice, es el motor invisible de todo el libro.

Lejos de convertirse en un pedestal donde se celebran sus logros, estas páginas funcionan como ventanas abiertas a su pensamiento, a su forma de estar en el mundo. Nos habla del arte, sí, pero también del tiempo, de la naturaleza, del amor por los colores que no caben en la imprenta, de la fotografía como mentira útil, y de la tecnología como aliada —nunca como reemplazo— de la sensibilidad.

Los fragmentos dedicados a otros creadores —Caravaggio, Cézanne, Hokusai— están escritos con la reverencia de quien reconoce a sus maestros, pero también con la claridad crítica de quien sabe que mirar a los grandes es aprender a desobedecerlos con inteligencia. Hockney no pontifica, comparte. No enseña, sugiere. Y en ese tono casi confesional reside el encanto magnético del libro.

Visualmente, es un deleite. Las ilustraciones que lo acompañan no son meros adornos, sino pruebas materiales del viaje del artista a lo largo de décadas. Hay una cohesión natural entre palabra e imagen que permite que el lector no sólo comprenda a Hockney, sino que, por momentos, sienta que está viendo a través de sus ojos.

En tiempos en que lo visual se ha vuelto fugaz y lo digital amenaza con reducir la experiencia artística a una pantalla, este libro —publicado por Editorial Blume, conocida por su sensibilidad hacia el arte y el diseño— nos recuerda que mirar —mirar de verdad— sigue siendo un acto profundamente humano. Y que hay artistas como Hockney que no solo han sabido ver, sino también enseñarnos cómo hacerlo.

En definitiva, El mundo según David Hockney es una joya silenciosa que invita a detenerse, a contemplar y, sobre todo, a redescubrir el arte como una forma radical de presencia. Un libro imprescindible para todo amante del arte, sí, pero también para quienes buscan entender cómo un solo ser humano puede encontrar belleza —y sentido— en cada rincón del mundo.