LIBROS: ‘La última princesa’, los monstruos que habitan el bosque y la mente
Con La última princesa, Alaitz Leceaga vuelve a demostrar por qué es una de las narradoras más singulares del panorama literario en español. En esta nueva novela, la autora bilbaína bordea los márgenes del thriller psicológico y el noir rural con una atmósfera que destila bruma, heridas sin cerrar y ecos ancestrales.
Leceaga nos lleva de la mano de Nora Cortázar, una brillante criminalista de la Interpol marcada por una herencia imposible: ser la hija de un asesino en serie vinculado a ETA. Su regreso al pueblo costero de Lemóniz, tras la muerte de su madre, desata no sólo los fantasmas personales que creía exorcizados, sino también un crimen ritual que conecta el presente con un pasado de leyendas, lobos y oscuridad.
El escenario no puede ser más potente: una central nuclear abandonada, una costa que parece acechar a quien la pisa, y los vestigios de una mitología vasca que se filtra entre los árboles como un susurro antiguo. Lemóniz no es un simple marco narrativo; es un personaje más, construido con precisión sensorial y un hálito melancólico que impregna cada página.
La autora no se limita al misterio criminal. Con maestría, entrelaza temas como la neurodivergencia (a través del retrato íntimo y respetuoso de Nora, que presenta un perfil de Asperger de alto funcionamiento), el trauma intergeneracional, y la fragilidad de los vínculos familiares. La complejidad emocional de los personajes —desde el atormentado Beñat hasta el enigmático arqueólogo Irving— se alinea con la tensión de una trama que no da tregua.
Si algo distingue esta obra es su capacidad para conjugar lo racional con lo mítico. La investigación criminal convive con símbolos antiguos, dioses como Gaueko o Mari, y la sospecha constante de que lo sobrenatural no está tan lejos de lo real. La narración seduce por su ritmo preciso y por un lirismo contenido que brota en los momentos justos, sin empañar el pulso narrativo.
Leceaga escribe con el oficio de quien conoce las grietas humanas. No hay concesiones fáciles ni héroes inmaculados. Solo personajes rotos, potentes y verosímiles, enfrentados a preguntas que no tienen respuestas simples: ¿cómo se hereda el mal? ¿Podemos perdonar lo imperdonable? ¿Qué ocurre cuando la leyenda se mezcla con la memoria?
La última princesa es, en definitiva, una novela que late con fuerza propia. Combina el escalofrío de un crimen inexplicable con la calidez de un reencuentro íntimo con las raíces, el dolor y la identidad. Y sobre todo, nos recuerda que los monstruos, a veces, no viven en los bosques, sino en las páginas olvidadas de nuestra historia personal.