CINE: ‘Wicked: Parte 2’ El poder, la herida y el mito: un final que reescribe Oz

Este viernes 21 de noviembre, se estrena exclusivamente en cines WICKED PARTE II, la esperada conclusión de la épica historia de las brujas de Oz, Glinda y Elphaba, interpretadas por Ariana Grande y Cynthia Erivo que vuelven a ponerse a las órdenes de Jon M. Chu.

L to R: Cynthia Erivo is Elphaba and Ariana Grande is Glinda in WICKED FOR GOOD, directed by Jon M. Chu.

Tras el éxito visual y emocional de la primera parte, Wicked: Parte 2 llega como la pieza indispensable que completa el rompecabezas emocional de Oz. Jon M. Chu dirige esta segunda entrega con una confianza palpable: ya no se preocupa por justificar el origen de sus protagonistas, sino por arrojar luz —y sombra— sobre las grietas morales que definen a los personajes más icónicos del universo de Baum. El resultado es una película más audaz, más densa y más consciente del peso de su propia mitología.

Desde sus primeras escenas, la cinta abraza un tono más oscuro. Elphaba y Glinda ya no son “las chicas especiales” que descubren su sitio en un mundo desbordante; ahora cargan con la presión del destino, la vigilancia de un sistema que elige a sus héroes según convenga y la certeza de que los relatos oficiales siempre esconden un cadáver político bajo la alfombra. Chu convierte esa tensión en el motor emocional de la película, y lo hace con una madurez notable.

Cynthia Erivo: una Elphaba capaz de quebrar el aire

Cynthia Erivo vuelve a demostrar por qué su casting fue un acierto rotundo. Su Elphaba se despliega con una intensidad que no necesita ornamentos: cada nota que canta, cada línea que pronuncia, parece brotar desde una conciencia que conoce profundamente el precio de existir en un mundo que la teme. Su interpretación de “No Good Deed” es uno de los momentos cinematográficos del año: feroz, vulnerada, devastadora. La película confía tanto en Erivo que, en más de una ocasión, basta un primer plano suyo para sostener secuencias que en manos menos hábiles podrían haberse derrumbado.

Ariana Grande: la metamorfosis de una estrella en Glinda

Pero si Erivo es el corazón, Ariana Grande es el contrapunto que da forma al latido. En la primera parte ya insinuaba complejidad, pero aquí entrega un trabajo sorprendentemente matizado. Su Glinda se derrumba, se reconstruye, se cuestiona a sí misma, y cada una de esas transformaciones se percibe en los microgestos que Grande ejecuta con precisión quirúrgica.
Aunque su desempeño vocal sigue siendo impecable, es en lo interpretativo donde realmente brilla: logra que Glinda deje de ser la caricatura deslumbrante del clásico musical y se convierta en una mujer atrapada entre la ambición, la culpa y un sistema que la necesita perfecta, incluso cuando se está rompiendo por dentro.

Su gran escena dramática —la conversación silenciosa con el Mago antes de la coronación— es un ejemplo de cómo Grande sabe utilizar la quietud para transmitir la fractura emocional de su personaje. Es un trabajo que marca un antes y un después en su carrera.

Jonathan Bailey: un Fiyero que sale de la sombra

Jonathan Bailey encuentra por fin el espacio para hacer de Fiyero algo más que un interés romántico. La película le permite explorar el conflicto entre su rol social —heredero privilegiado, figura pública querida— y su conciencia política naciente. Bailey combina encanto, vulnerabilidad y un tono melancólico que vuelve más trágico su arco. Sus escenas con Erivo son de las más honestas emocionalmente: ambos comparten un tipo de dolor que no necesita palabras.

Marissa Bode y Ethan Slater: las piezas que completan el mapa emocional

Marissa Bode, como Nessarose, recibe un tratamiento mucho más profundo que en la primera parte. La cinta aborda su relación con Elphaba con un realismo crudo: hermanas que se aman, sí, pero también que se hieren desde necesidades que no siempre coinciden. Bode interpreta esa ambivalencia con una madurez conmovedora. Ethan Slater, en tanto, aporta humanidad y dulzura a Boq, quien en esta entrega se convierte en el reflejo perfecto de cómo las buenas intenciones pueden torcerse bajo la presión institucional.

Michelle Yeoh y Jeff Goldblum: la maquinaria del poder

Michelle Yeoh se divierte —y aterra— como Madame Morrible. Su presencia es magnética, y cada diálogo parece afilar el subtexto político que sostiene la película. Jeff Goldblum, como el Mago, ofrece una interpretación que se mueve entre la fachada amable y la manipulación calculada, demostrando que Oz no es un mundo mágico por capricho: es un sistema diseñado con precisión para fabricar héroes y villanos según convenga.

Un Oz más político, más vivo y más incómodo

A nivel visual, Wicked: Parte 2 es un espectáculo cuidadosamente construido. Chu suaviza parte de la exuberancia de la primera entrega y se adentra en un diseño más sobrio, consciente de que esta etapa de la historia exige menos brillo y más densidad. Las secuencias en la Ciudad Esmeralda —con su arquitectura monumental y su luminosidad artificial— subrayan la idea de un sistema que brilla hacia afuera mientras se desmorona por dentro.

La música y las coreografías, aunque más contenidas, funcionan al servicio del relato. No buscan deslumbrar por sí mismas, sino acompañar el descenso emocional de los personajes hacia un destino inevitable.

Un final que respeta el mito… pero no sus certezas

El cierre de la película es tan íntimo como épico. Chu no juega a complacer: permite que las despedidas sean incómodas, que los silencios pesen y que las decisiones finales de las protagonistas se sientan más como una consecuencia lógica de la historia que como un final impuesto por la nostalgia del musical original.

Lo que emerge es una reflexión profunda sobre la construcción del poder, el precio de la verdad y el papel de las mujeres que se atreven a desafiar los relatos oficiales.

Wicked: Parte 2 no solo cierra una historia: la transforma.
Convierte a Elphaba y Glinda en símbolos de una lucha que trasciende Oz y habla directamente a nuestro tiempo. Es una película que conmueve, incomoda, invita a repensar el mito y confirma que, incluso en los mundos fantásticos, la verdad nunca es tan simple como el color de una piel o el brillo de una corona.