CRÍTICA: La geometría del trigo, un paseo por el qué dirán

 

Un año más, el Festival Internacional de Teatro de Badajoz nos abre sus puertas con una obra mayúscula. Esta vez no sólo entre las palabras, sino en el tejido de la obra y en la dirección encontramos al multipremiado Alberto Conejero, que nos presenta sobre las tablas “La geometría del trigo”, una búsqueda incansable por encontrar nuestro lugar en el mundo.

Hacía tiempo que deseaba asistir a una obra de teatro en la que se removiera algo más que una historia en el escenario. Si algo creo que debe y merece ponerse sobre las tablas, es ese reflejo social que no pasa desapercibido, consiguiendo una catarsis en el espectador. Éste, una vez terminada la obra, se alejará del teatro digiriendo la historia que acaba de presenciar. Y en la cabeza, esas frases que se cuelan por dentro y remueven los pensamientos. 

Situaciones como los conflictos de pareja, los secretos familiares o la búsqueda de la aceptación social son los pilares  sobre los que se sustenta esta trama. “La geometría del trigo” nos habla de nuestro afán por implantar una huella a nuestro paso por este mundo. La búsqueda de una identidad que en ocasiones no queremos afrontar o no sabemos enfrentar. Todas estas dificultades tan humanas y mundanas se entremezclan entre el pasado y el presente en el que la vida de un hombre, Joan,  discurre mientras intenta comprender su presente y digiere el pasado previo a su existencia.  

La apariencia de la obra, aunque extraña en un comienzo, nos acerca a dos realidades: el pasado en un pueblo desconectado del mundo, subsistiendo por la explotación de una mina, y un viaje de norte a sur, en el presente, hacia el interior del protagonista. Este recorrido se apoya en una escenografía simple, con aires rurales de decadencia, con referencias al mundo de la mina. Por un lado, este decorado nos presenta un pasado poblado de dificultades para sobrevivir, entre la economía, el qué dirán y los sentimientos. Por otro, nos invita a viajar en el presente, en un espacio frío y desprotegido. Todo esto sobre un manto de tierra donde los personajes van plasmando sus pisadas con el transcurrir de la obra, como si de la vida misma se tratase. Una escenografía (de Alessio Meloni) y puesta en escena muy interesante que enriquecen la obra, y la acompañan de manera unificada para dejar claro que en la vida todos dejamos nuestra huella.