CRÍTICA: La Ternura, la valentía de amar en una guerra de sexos
Por Ana Rodríguez
Princesas, leñadores y una reina algo maga. A través de estos personajes, Alfredo Sanzol nos adentra en un mundo Shakesperiano un tanto peculiar del que podremos disfrutar esta temporada en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.
Por medio de un argumento relativamente sencillo, el dramaturgo nos cuenta una historia llena de tramas amorosas, prejuicios entre sexos, aislamientos descarrilados y demás locuras indudablemente genuinas pero, ¿quiénes son los protagonistas de esta historia? Nada más y nada menos que tres hombres leñadores y tres mujeres de la realeza quienes, a pesar de pertenecer a otra época y parecer muy alejados de la actualidad, nos acercan a una realidad muy similar al “pan de cada día” ya que están llenos de contradicciones tan humanas como querer amar, pero no saber cómo poder hacerlo. A través de esta temática se logra que los espectadores empaticemos en pleno siglo XXI con los personajes de la época del Bardo Inglés. Pero la historia que nos cuentan no es lo único interesante de estos personajes y es que no podemos obviar la elección de los nombres, ya que son los colores que reflejan la personalidad y el carácter de cada uno. Así pues, nombres como el del leñador Azulcielo, coinciden con su personalidad bondadosa, inocente e impresionable a diferencia de personajes como la princesa Salmón, de personalidad más terrenal y extrovertida. Pero estos personajes no podrían cobrar la vida que se merecen de no ser por el casting escogido y es que, los actores de la obra muestran un increíble despliegue de habilidades mezclando una gran profesionalidad en cuanto a la interpretación, calidad de movimientos, ventriloquía y dominio vocal tanto hablado como a la hora de hacer efectos sonoros para generar una atmósfera isleña. Gracias a la mencionada calidad actoral y la impecable dirección, no ha sido necesaria una gran y elaborada escenografía, ya que bastaba con la simple mirada de los actores para teletransportarnos a esa pequeña isla llena de animales, cuevas, montañas, etc.
A mi parecer, ir a ver la Ternura es experimentar un viaje cargado de risas, dramas, críticas sociales y numerosos aspectos de la vida mundana que aterrizan por medio de unos personajes interpretados por unos auténticos profesionales que no dejan de irradiar en ningún momento la frescura que esta obra necesita.
“Bien está lo que bien acaba. Que sus días siempre tengan la compañía de la ternura”, con esta frase se despedían los personajes, dando a entender al público la moraleja de la obra. La ternura es la forma en la que el amor se expresa y reside en cada caricia, escucha y pequeño gesto y, para amar, hay que tener la valentía de arriesgarse.