TEATRO: ‘La Patética’ Una sinfonía para resistir a la muerte
El Teatro Valle-Inclán se convierte en una caja de resonancia donde la vida, la muerte, la música y la memoria vibran al unísono. La Patética, texto y dirección de Miguel del Arco, no es solo un homenaje a Chaikovski ni una reflexión sobre el final de la vida: es una pieza teatral que desafía el tiempo, la enfermedad y la autocensura con una energía tan lírica como profundamente política.
El protagonista, Pedro Berriel, es un director de orquesta en la antesala de su despedida vital. En manos de Israel Elejalde, este personaje adquiere una densidad emocional que conmueve sin subrayados. Elejalde camina sobre el filo de la lucidez y la alucinación, mostrando a un hombre que se aferra a su legado artístico como un último acto de insumisión ante lo inevitable.
A su lado, Jimmy Castro compone a Jon, su compañero, con una sensibilidad contenida y luminosa, construyendo uno de los vínculos afectivos más honestos que hemos visto últimamente en escena. Jesús Noguero, como Chaikovski, ofrece una interpretación sobria y poderosa, impregnada de poesía incluso en el silencio.
Francisco Reyes, Juan Paños y Manuel Pico se multiplican en escena con precisión, comicidad y ritmo quirúrgico, encarnando personajes tan diversos como grotescos, sin perder nunca la humanidad. Paños, en particular, consigue hacer de Putin una figura incómodamente real, una sombra que se cierne sobre el deseo de libertad.
Y, por supuesto, Inma Cuevas, en estado de gracia. Su trabajo es una verdadera exhibición de oficio actoral: cambia de registro, de personaje, de tono, sin perder nunca la conexión con el alma de la obra. Su presencia es una columna vertebral emocional que enriquece cada escena donde aparece. Su dominio escénico es magnético y profundamente conmovedor.
La escenografía de Paco Azorín, la música de Arnau Vilà y el diseño lumínico de David Picazo crean un espacio donde el delirio tiene lógica, donde el arte se convierte en refugio, donde morir no es rendirse sino transformarse.
La Patética es un ejercicio de teatro en estado puro: ambicioso, valiente, cargado de belleza y sentido. Una obra que nos recuerda que, incluso cuando todo parece perdido, el arte puede ser aún un acto de resistencia.