MUSICAL: Un musical gigante que emociona, sorprende y hace historia en el Teatro Apolo

Los Miserables vuelve al Teatro Apolo con una producción deslumbrante y un elenco que emociona desde el primer acorde
El regreso de Los Miserables al Teatro Apolo de Madrid es, sin exagerar, uno de los acontecimientos teatrales del año. El musical más longevo de la historia, convertido en mito global, aterriza de nuevo en el escenario que lo vio conquistar España por primera vez en 1992. Y lo hace con una producción renovada, de estética contemporánea, y un elenco que demuestra que el legado del West End no solo se honra: se mantiene vivo, vibrante y emocionante.
Un Jean Valjean de altura: Adrián Salzedo
Adrián Salzedo compone un Jean Valjean poderoso, íntimo y profundamente humano. Su voz, firme y expansiva, navega con seguridad por una partitura exigente que va desde la contención del Soliloquio a la desnudez emocional de Sálvalo. Salzedo no imita referencias icónicas: construye un Valjean propio, con una madurez vocal que permite frases largas y sostenidas sin perder intención dramática. En la interpretación, destaca su habilidad para transitar del hombre endurecido por el presidio al padre vulnerable que encuentra la redención en Cosette.
Pitu Manubens: un Javert implacable y lleno de matices
Javert es uno de los roles más difíciles del musical, y Pitu Manubens lo aborda con rigor casi quirúrgico. Su presencia escénica es magnética: rígida, solemne, pero nunca plana. Vocalmente ofrece un Javert lírico y oscuro, con un fraseo controlado que hace de Estrellas uno de los momentos más sobrecogedores de la noche. Su duelo interpretativo con Valjean es impecable; ambos exploran el conflicto moral con una complejidad que trasciende la clásica relación perseguidor–perseguido.
Teresa Ferrer, una Fantine desgarradora
Teresa Ferrer emociona con una Fantine profundamente frágil pero de dignidad inquebrantable. Su Soñé una vida es un estallido de dolor honesto: técnicamente impecable, interpretativamente demoledor. Ferrer logra que cada nota parezca surgir desde un lugar roto, siempre desde la verdad, sin concesiones melodramáticas.
Las dos almas del romanticismo: Quique Niza y Alèxia Pascual
Quique Niza (Marius) ofrece una interpretación luminosa, juvenil, llena de ternura. Su voz es clara, fresca y dotada de un vibrato natural que aporta calidez a Sillas y mesas vacías, uno de los números más recordados.
Alèxia Pascual (Cosette) logra un trabajo vocal sorprendente: timbre puro, proyección elegante y un control admirable del registro agudo. Juntos componen una pareja creíble, emocionalmente conectada y musicalmente equilibrada.
Éponine: la joya emocional de Elsa Ruiz Monleón
Si hubiera que elegir un descubrimiento de esta producción, sería Elsa Ruiz Monleón como Éponine. Su interpretación es pura sensibilidad: una mezcla de fuerza interior y vulnerabilidad que convierte Solo para mí en un momento suspendido en el tiempo. Su capacidad para narrar con la mirada y para modular el color de la voz según el matiz dramático la sitúa entre las actuaciones más memorables de la noche.
Xavi Melero y Malia Conde: los Thénardier que roban la escena
Xavi Melero (Thénardier) y Malia Conde (Madame Thénardier) dominan con maestría el difícil equilibrio entre comedia y crítica social. Su Amo del mesón es hilarante, preciso y visualmente explosivo. Ambos aportan energía, timing cómico impecable y una complicidad que llena el escenario. Son los villanos más deliciosamente miserables del musical.
Javier Manente lidera con carisma la revolución
Como Enjolras, Javier Manente irradia autoridad y pasión. Su liderazgo se siente genuino, no solo por su voz potente y controlada, sino porque encarna a un idealista que cree profundamente en su causa. En La canción del pueblo dirige al público casi como a una barricada viva.
Ensemble: la columna vertebral del espectáculo
El amplio ensemble destaca por su uniformidad vocal y precisión coreográfica. Cada aparición —fábrica, barricadas, tugurios parisinos— está cargada de detalles interpretativos que enriquecen la narración. La potencia coral en One Day More y La canción del pueblo pone los pelos de punta.
Escenografía y proyecciones: una nueva mirada inspirada en Victor Hugo
La propuesta visual, diseñada para esta producción internacional, es uno de los elementos que más la diferencian del montaje clásico. No busca replicar el icónico escenario giratorio: apuesta por un lenguaje teatral que combina proyecciones de estética pictórica inspiradas en las obras de Victor Hugo, telones que parecen cobrar vida y una escenografía modular que crea espacios fluidos y cinematográficos.
Las proyecciones añaden profundidad emocional, especialmente en escenas como las cloacas o la caída de Javert, donde luz, color y textura conforman un lenguaje visual propio.
Iluminación: poesía y tensión dramática
La iluminación —de una elegancia casi quirúrgica— guía la emoción del espectador sin imponerse. Los contrastes entre espacios íntimos (como la muerte de Fantine) y escenas multitudinarias están resueltos con gran sensibilidad. El uso del claroscuro contribuye a reforzar el tono épico del relato, y los destellos cálidos en los números revolucionarios generan una atmósfera de esperanza que se siente casi palpable.
Vestuario: precisión histórica y narrativa
El vestuario destaca por su fidelidad al periodo y su capacidad para contar, por sí solo, la evolución de los personajes. Los trajes envejecidos, los tejidos ásperos, la gama cromática apagada de la pobreza y los detalles de la burguesía parisina contrastan con la sobriedad elegante de Valjean en su etapa de prosperidad. Es un vestuario que conversa con la historia sin perder sentido estético.
Orquesta: un sonido que envuelve
La orquesta dirigida por Enric Garcia demuestra una solvencia admirable. El equilibrio entre cuerda, viento y percusión hace brillar la partitura de Boublil & Schönberg con un sonido lleno, amplio y emocionalmente envolvente. Es una interpretación precisa, dinámica y respetuosa con las intenciones originales.
Un regreso imprescindible
Este Los Miserables no es solo un revival: es una reinterpretación que respira contemporaneidad sin perder el respeto por uno de los musicales más influyentes de todos los tiempos.
El elenco entrega interpretaciones sobresalientes, la producción visual impresiona y la música sigue resonando como un himno universal a la justicia, la esperanza y la dignidad humana.
Es, en definitiva, una experiencia teatral que confirma por qué Los Miserables continúa —40 años después— haciendo que el público escuche, sienta y, sobre todo, cante.