CRÍTICA: Napoleón (o el complejo épico) Imaginación en territorio bélico
Seguimos con el Festival Internacional de Teatro de Badajoz para acudir en esta ocasión a la obra “Napoleón (o el complejo épico). Si Electra nos dejó sin palabras por su versatilidad en el uso de las cucharas, en “Napoleón (o el complejo épico) nos vuelve a sorprender con su destreza para emplear el atrezzo. La compañía O Chapitô se confabula con el público que, atraído por la singularidad de su lenguaje escénico, atiende sin perder ni un segundo lo que ocurre sobre las tablas.
“Napoleón (o el complejo épico)” es una de esas obras en las que asistes esperando lo inesperado. Si de algo se caracteriza la compañía que desarrolla esta pieza es por su gran imaginación. Pero lo más atractivo, a mi parecer, de sus montajes es la capacidad de generar un lenguaje común en el cual está implícita la participación del espectador para comprenderlo. Con ello, consiguen una complicidad que se aleja mucho de la caja italiana y la cuarta pared. Lenguaje novedoso que acompaña al montaje sin perder al espectador entre tanto atrezzo que, de un momento a otro, bien podría ser una manifestación como el patio de entrenamiento de un ejército.
La obra “Napoleón (o el complejo épico)” nos presenta la vida de un pequeño Napoleón con aires de grandeza y sueños aparentemente inabarcables. Todo desde una perspectiva muy diferente, presentando la ascensión del emperador y su caída. Plantean a un personaje que se mueve entre la fascinación y el repudio con un lenguaje físico y visual muy creativo donde los actores están maravillosamente coreografiados y su interpretación es intachable.
En la puesta en escena, emplean perchas, cintas, una escalera, papeles, etc. Que sirven las veces de uniformes, de sombrero, de pececillos… y con ello aparecen sobre las tablas múltiples personajes presentándonos uno de los fragmentos de la historia francesa más conocida. Bueno, realmente es lo mismo, pero distinto, pues la versatilidad de Claudia Nóvoa y José Carlos García para presentarnos en escena situaciones y lugares con objetos que jamás habríamos imaginado que podrían emplearse para ello, es de una grandeza exquisita, que enriquece el paladar de cuanto ojos miren este montaje. Con él se aprende que el teatro, es mucho más de lo que imaginamos, pues nos invita a salir de esa caja italiana y romper la pasividad del espectador, pues ya no es un simple receptor, se convierte en intérprete de aquello que mira. O chapitô consigue romper una y otra vez de manera magistral el corto concepto del teatro al que el espectador medio está acostumbrado.